Recientemente visitamos la ciudad de Choluteca, al sur de mi país, Honduras, ya que allí viven mi madre y mis hermanos. Siempre que vamos, también nos contactamos con viejos amigos, compañeros o parientes.
En una de esas visitas, un buen amigo nos regaló varias frutas, quesos ahumados especiales del sur y demás. Entre las frutas, venían unos deliciosos melones de dos diferentes clases. Además, una hermosa sandía, la cual la cultivan solamente para extraerle semillas, para luego reproducirla.
Llegamos de regreso a casa y yo “me hacía los bigotes” pensando en disfrutar aquella gran sandía. La partí en cuatro partes iguales, para compartir con la familia. Una de las partes la dejamos para disfrutarla nosotros. Me impresioné del color rojo profundo, al momento de cortarla.
Nuestra porción, la corté en trozos pequeños para degustarla, tranquilamente me senté cómodamente en el comedor. Para mi sorpresa, al poner el primer bocado en mi boca, me di cuenta que la sandía estaba totalmente insípida. Me quedé meditando en una profunda enseñanza de vida. Muchas veces nosotros mismos tenemos apariencia de ser agradables, de ser atentos, por la forma de vestir o de caminar, o de saludar. Pero cuando llega el momento de mostrar el fruto, cuando los demás se acercan mucho más para conocernos mejor, o para probar nuestra naturaleza, podrían llevarse la gran sorpresa de que no somos lo que parecemos. Hay un refrán que dice: No todo lo que brilla es oro, ni todo lo que vuela es paloma. ¡Cuántas veces nos vamos en pos del brillo exterior y al poco tiempo descubrimos que no era oro!
Hace algún tiempo, durante un viaje a Israel, liderando un grupo; el guía me regaló una cadena con un dije muy hermoso, todo dorado con el relieve de un candelabro de siete brazos. Lo guardé muy bien en su linda cajita, para lucirlo en una ocasión especial. Llegó el momento de sacarla a lucir, pero resulta que estaba totalmente negra la cadena y la medalla. Esto era la evidencia de que no era oro, ni ningún metal precioso, sino pura lata.
El propósito de este escrito es conducirnos a nosotros mismos a revisarnos internamente, más que externamente. Meditar en el oro que está dentro nuestro y permitir que el Señor a través de Sus procesos, le saque todo el brillo posible. No importa tanto el estuche, sino el contenido. ¡Seamos fruto deleitoso para Dios y para los hombres!
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