La vida es un carrusel que gira y gira, pero siempre vuelves al mismo lugar de partida. Cuando somos niños pequeños, necesitamos que nuestros padres nos den de comer en la boca, que nos ayuden a caminar tomándonos de la mano con firmeza, que nos bañen y cuántas cosas más.
Probablemente el deseo de todo niño, en la medida que va creciendo, es llegar a ser un adulto que no tenga que depender de los mayores. Suspiramos pensando en llegar a cumplir dieciocho, porque a esa edad, ya podremos tener una tarjeta de identidad y hacer muchos trámites de manera independiente.
Llegamos a una cúspide en la vida, donde obtuvimos muchos logros, nos realizamos en muchas áreas, pero parece que esa meseta no dura tanto tiempo, y cuando menos esperamos, la curva comienza a bajar. Los huesos comienzan a deteriorarse, las articulaciones ya no están tan lubricadas, la espalda empieza a dolernos si estamos mucho tiempo de pie; vamos perdiendo agilidad y dejamos de ser tan flexibles, como cuando éramos más jóvenes. Las manos nos tiemblan un poco, las huellas digitales se van borrando y aún los rasgos de la firma van cambiando.
A medida que lo años pasan, los adultos mayores se van volviendo más dependientes de los más jóvenes. Llega un momento en que ya no tenemos los mismos reflejos para conducir un automóvil, y necesitamos que nos lleven y nos traigan. Ya no podemos levantarnos solos de una silla baja, o una hamaca, alguien tiene que halarnos y ayudarnos.
Los adultos mayores vuelven a necesitar que alguien tome su mano con firmeza para cruzar la calle, o para caminar por un lugar transitado, esta vez quizás será un hijo o un nieto quien nos apoye. Algunos, aún necesitan que les den de comer en la boca con cuchara, o que los arropen al ir a la cama.
¿Pero sabes qué es lo más fuerte emocionalmente? Que así como el niño pequeño necesita escuchar la voz de sus padres para sentirse seguro, el adulto mayor necesita escuchar la voz de sus hijos, para sentirse amado.
Mi madre cumplió 90 años, ella espera cada noche que sean las 7:00 p.m. porque es la hora en que la llamo por teléfono. No quiere ir a dormirse, hasta escucharme. Si pasa esa hora y yo no he llamado, ella se preocupa o se pone ansiosa. ¿Sabes qué es lo más tremendo de esto? Que todos vamos hacia allá, y todo lo que sembremos, eso también cosecharemos. Hagamos con nuestros padres y abuelos, lo que un día quisiéramos que nos hagan a nosotros nuestros hijos y nietos.
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