Recientemente, mi esposo y yo nos tomamos una semana de vacaciones para visitar a una de nuestras hijas en el norte de los Estado Unidos, a quien no veíamos hacía siete meses. El clima estaba inclemente, extremadamente frío y con mucho viento. Aun así, disfrutamos ese tiempo, y fue difícil despedirnos.
Llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra, las multitudes se agolpaban adentro y nos hacían casi imposible caminar hacia el destino. Finalmente llegó la hora de abordar, nos dirigimos a nuestra puerta de salida, pero después de esperar en fila mucho rato, nos informaron que nuestro vuelo estaba demorado porque la aeronave aún no llegaba. Otro tiempo después nos dijeron que faltaba que llegaran las azafatas, quienes arribarían en otro vuelo. Así sucesivamente, al punto de que nos demoraron dos horas y media, de la hora propuesta de salida.
Cuando ya todos estábamos un poco cansados por la espera, comenzaron a ofrecer US$ 1,500 además de hospedaje y alimentos, a los que quisieran quedarse para tomar otro vuelo al día siguiente. Sinceramente, nunca me vi tentada a aceptar esa oferta, a pesar de las circunstancias.
¿Será que cuando te haces una idea en la cabeza, es difícil cambiarla? ¿O será que cuando te has dispuesto para llegar a casa, solamente quieres que se acorte el tiempo? ¿O será que cuando el dinero no es el que te mueve, no importa cuánto te ofrezcan?
Partimos finalmente, llegando a nuestra escala a la media noche, un poco cansados pero contentos. Al día siguiente pudimos llegar a comer a nuestra casa, y volvimos a la rutina y a nuestra realidad. Otra vez deleitándonos al escuchar el canto de los pájaros, y al observar el verdor del pasto y los árboles que nos rodean. A madrugar de nuevo, con el gozo de poder subir las gradas de la Torre de Oración.
Después de hacer un poco de ejercicio, es muy agradable volver a casa para tomar jugo natural de naranja recién exprimida, lo cual en otros países es un lujo. ¡Que delicioso es saborear los trozos de papaya, dulce y jugosa! Es rico comer tortilla caliente, acabada de salir del comal, acompañada de frijoles fritos y cuajada fresca.
Por eso cuando alguien me pregunta: ¿Y usted cuándo descansa? Mi respuesta siempre es: “Cuando estoy en casa”. Definitivamente, mi mejor tiempo es el que paso en casa, amo lo que hago, y aunque disfruto cada día de mi vida, en cualquier lugar; no hay nada comparable con la vida campestre que mi Dios me ha regalado.

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