La vida está llena de contrastes, tanto físicos como emocionales y aun espirituales. No siempre los podemos discernir o detectar de antemano. Por eso hay un refrán popular que dice: “Caras vemos y corazones no conocemos”.
Hace varios años, contraté a alguien para traducir uno de mis libros, al idioma inglés. Ella era una antigua amiga, con quién había compartido experiencias ministeriales. Mi familia y yo, nos habíamos quedado muchas veces en su casa, de igual manera, ella y su madre en la mía. Ella es una persona solvente, que recibe pensión del gobierno y tiene casa propia y otros beneficios.
Cuando llegó la hora de pagar los honorarios, me quedé un poco atónita, pues sinceramente no me esperaba que fuera tanto; de hecho, tuve que echar mano de diferentes fuentes para poder honrar la cuenta. Creo que es una inversión que nunca se recuperará materialmente, la única satisfacción que me queda, es que más de algún anglo parlante, va a ser muy bendecido con el libro en su idioma.
Hace unos cuatro meses, asistimos mi esposo y yo a un congreso en Costa Rica. Allí me encontré con una joven misionera, a quien ya había visto antes en una ocasión, en el mismo lugar. Ella había sido muy edificada por mi libro, entonces el más reciente “Libertad a los Cautivos”, por lo que me pidió si yo deseaba que ella lo tradujera al portugués. Le dije que sí, pero después de la experiencia que había tenido con el otro libro, ya tenía un poco de temor, aún de preguntar por los honorarios.
Este día, recibí el libro ya traducido al portugués. Increíblemente, esta joven misionera, quien quizás tenga mucha necesidad económica, no me cobró absolutamente nada. En verdad es un tremendo contraste. Por supuesto estoy pidiendo al dueño del oro y de la plata, a Aquél que sabe pagar bien, que le recompense a ella, mil veces más.
La condición del corazón casi siempre está oculta a los ojos naturales, y no es fácil descubrirla. Pero además es cierto que la cultura en la cual las personas se mueven y operan, tiene gran influencia en el actuar y caminar de ellas. Muchas veces es necesario conocer una acción o varias acciones de una persona, para poder conocer su corazón. Definitivamente, caras vemos y corazones no conocemos; pero en mi caso, ahora puedo decir, caras vemos y los corazones los conocemos cuando se entregan al Señor sin medida, aun al servirnos a nosotros, simples mortales que amamos a Dios sobre todas las cosas.
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