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Acusaciones

Cuando yo fui mamá por primera vez, tenía tan sólo 19 años de edad, era inexperta en muchas cosas, aunque muy madura en otras. Mi anhelo era tener un parto natural y amamantar a mi bebé. Me fue concedido que fuera un parto natural, yo vivía en la ciudad de Danlí, y viajamos hasta Tegucigalpa en carro, para dar a luz a mi primogénita. Era mayo de 1971, nos trasladamos a través de una carretera no muy buena, nos tomó mucho tiempo llegar al Viera en Casamata; el camino se hacía eterno por las contracciones que eran cada vez más frecuentes. Aun así, paramos en el comedor Emmita, para desayunar.


Cuando Alejandra María nació, el siguiente desafío era darle de mamar, sin contar con que mi anatomía lo hacía complejo, pues tengo pezones hundidos, y no lo sabía. De manera que las enfermeras al darse de cuenta de ello, decidieron que la niña no tendría la fuerza para hacerme el pezón, que, por lo tanto, me pondrían en una máquina eléctrica que succionaría para hace el pezón y a su vez para extraer la leche. El dolor de ese momento, fue algo tan traumático, que jamás pude borrarlo de mis memorias. Fui dada de alta, volví a casa con la esperanza de poder amamantar a mi hijita. Lamentablemente no fue posible, terminé con mastitis y optando por secarme la leche y darle a ella pepito de fórmula.


Después de ella, tuve cuatro hijos más, cinco en total, a ninguno de ellos pude amamantar, aunque lo deseaba y lo intenté. Muchas veces quizás la culpa quiso tocar a mi puerta, la acusación silenciosa de “No le diste de mamar a tus hijos”, “Por eso padecen alergias”, “No tuvieron el mismo afecto, ni calor materno”. Pero he entendido que la maternidad no consiste en ser mártires como algunos creen. Es importante que la madre esté tranquila y contenta, para que transmita eso mismo a su bebé. Entendí que podía arrullar en mis brazos a mis hijos amados, mientras tomaban su biberón. Me di cuenta que no puedo permitirle a nadie, ni a nada, que me acuse, porque si caigo en esa trampa, no tendré libertad para expresar el amor genuino a mis hijos.


Los veo a todos ellos, varones y mujeres de bien, saludables, desarrollados en su carácter y naturaleza, inteligentes, sabios, maduros, especiales. Hijos que han sabido serlo, preparados para ser buenos padres o madres, y para transmitir ese amor a sus hijos.


El día que una madre se culpe por “no haber hecho esto, o lo otro”, le habrá abierto una puerta al enemigo, para que la acuse a su antojo. Es bueno saber que nuestro padre Dios nunca te acusa, no te condena, te ama incondicionalmente y te amó desde antes de que tú hicieras algo bueno o malo, te amó sólo porque sí.

"Es bueno saber que nuestro padre Dios nunca te acusa, no te condena, te ama incondicionalmente y te amó desde antes de que tú hicieras algo bueno o malo, te amó sólo porque sí."

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