Cuando yo era niña, mis padres tenían un negocio en el centro de mi ciudad natal, una farmacia, muy surtida y próspera. Desde que tengo uso de razón, mis días los pasaba entre la farmacia y la escuela. Yo trabajaba allí ayudándoles y aprendiendo del manejo del negocio, inclusive hasta aprendí a recetar, según escuchaba a mi papá hacerlo.
Recuerdo que un día, yo estaba muy agobiada y molesta, por causa de un cliente que me había hecho bajarle un sin número de frascos de un vitamínico que deseaba comprar. Cuando mi papá pasó, él miró la mala cara, el gesto amargado con el que yo bajé ese último bote de medicina. Mi papá me agarró por un brazo, me llevó a una pequeña bodega atrás de los estantes, y me dijo: “Mire muchachita, cuando usted tenga su propio negocio, puede hacer lo que quiera, pero mientras nosotros seamos los dueños, usted tiene que atender a las personas con buenos modales y con gusto”.
Esa corrección de mi papá no me gustó para nada, pero me sirvió para mucho. Si todas las personas que trabajan bajo la autoridad de otros, lo entendieran, las cosas serían diferentes.
El día de hoy yo conversaba con una mujer empresaria, quien me dijo algo muy importante relacionado con esto. Ella me expresó algo como esto: “Sólo el que comenzó de cero, sabe cuánto cuestan las cosas, y por eso las cuida. Si ellos les dan comodidades a sus hijos, para que no tengan que pasar trabajo, van a echar a perder a la siguiente generación”.
Yo doy gracias a Dios porque mis padres me exigieron siempre, y no me dieron comodidades, sino que me enseñaron desde niña a valorar las cosas, a conocer el precio del trabajo, lo que cuesta levantarse de la nada. Años después, me vi en una situación difícil, donde tuve que comenzar de cero, yo también. Las enseñanzas de mis padres, sus consejos, sus llamadas de atención, y sus exigencias, me ayudaron muchísimo a sostenerme y salir adelante.
Hice lo mismo con mis hijos, quienes desde jovencitos aprendieron a trabajar y supieron el valor de las cosas en la vida. No fue fácil para ellos, pero hoy veo el fruto, se convirtieron en adultos responsables, honestos, trabajadores, buenos administradores, diligentes, rectos. Gracias doy a mis padres porque debido a su actitud y trato para conmigo, hoy mis descendientes, mis generaciones, son personas de bien, enseñados en todo y preparados para la adversidad y toda situación o circunstancia.
Creo que es exactamente igual en el plano ministerial. Debemos enseñar a nuestros sucesores, a valorar todo lo que a nosotros nos costó, para que no se eche a perder la siguiente generación.
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